Un centrocampista sobrevuela la cúspide sin vértigo y con giros prodigiosos. Tras planear sobre Lisboa y Chamartín, sus blancas alas continúan siendo el máximo exponente de la estética en Brasil. Las estrellas se reunieron y decidieron que éste era el año de Luka Modric. Una playa de una isla croata. Posee el ombligo más trascendente del planeta y sus movimientos son música. Surrealista, pero mezcla la inteligencia táctica de academia con la inventiva callejera. Sus pases y regates son brujería destinada a fines prácticos y puntiagudos. El futbolista que cuida al balón cuando está enfermo y lo deja fluir en su plenitud. Como genio, su don absoluto es la sencillez, al igual que Messi y Karim. Con Croacia, dirige junto a Rakitic y echa mano del exterior de su diestra dinámica y sedosa. Su viraje sólo es parado con la infracción, su profesión, aniquilador de líneas. Luka es una dádiva del fútbol y un enamoramiento profundo y paulatino. Representa la creatividad que jamás debe extinguirse, el consuelo para aquellos que dudan de la sostenibilidad de los sistemas asfixiantes. Un alma libre que trabaja con disciplina y que manipula a su antojo los partidos. Es Guetta incluso sin pelo. El elogio continuo, la aptitud más la actitud, los sueños en la realidad, desde la meseta de un estadio. Por lo que nos haces sentir, Luka.
