En los mundos de Juppy
El estruendo provocado por la tormenta merengue en el Allianz persiste en la crítica hacia Guardiola. Le acusan de emborrachar a su equipo de balón y conducir a velocidades de caracol. Los atletas más técnicos y rutilantes del planeta sonrojaron y desnudaron al Bayern de Munich, inferior al Madrid en cada baldosa de campo. Se creyeron un favoritismo engañoso, de espuma; mientras que los blancos, guiados por el rey del sentido común, demostraron con naturalidad el hambre de doce años.
Pep llegó a Baviera para sobrepasar lo insuperable, unir texto y música, la pelota con el trofeo. El entrenador que apostó por la amistad infinita con el balón, cuando el resto empezaba a usarlo sólo cuando el guión obligaba. Hizo historia y revolucionó, aunque ya no os acordaréis. La etapa de Heynckes fue dorada y el exceso de luz ha cegado a los seguidores del Bayern. Guardiola ha implantado su interpretación del juego en la capital de Alemania (del fútbol), domando a generales prusianos y defendiendo el estilo por encima de todo. Quiere inyectar esencia mediterránea en los dominios de Merkel, y eso a los teutones no les acaba de llenar, menos si no arrasa en Champions. En su primer año de enseñanza ha conquistado la Bundesliga sobrado de tiempo y brillo. Pero sus derrotas pálidas frente al Real Madrid le alejan de la cúspide y plantean varias situaciones de nostalgia. Schweinsteiger, Muller, Mandzukic, Robben y Ribery no improvisan como Xavi, Iniesta, Cesc o Messi, pensará Pep. La duda de si terminarán de aclimatarse nace. Se cuestionan sus métodos apoyándose en el reciente fracaso. El público olvida el modernismo y vuelve a los relucientes y alemanes mundos de Jupp. Thiago, Kroos, Lahm, Alaba, Gotze y Lewandowski tienen algo que decir. Guardiola quiere seguir inventando. Si existe la paciencia rubia, el Bayern alcanzará la plenitud, desde la voz de un español con cinco idiomas y un puesto de trabajo.